No es solo que me encante el vino -que me gusta y no poco- sino que tengo con él un vínculo irrompible: el vino ha sido desde siempre el sustento de mi familia. Trabajar las viñas, podar, ensarmentar, rezar pa que no granice cuando no debe… son las fatigas que les conozco a mis padres desde que nací. Lo he hablado con muchos hijos de agricultores y casi todos coincidimos en conservar ese respingo en el espinazo cuando graniza: aunque ya no estés en el pueblo, aunque tú no te dediques al campo y tus padres, como es mi caso, ya estén jubilados… el respingo se queda como un acto reflejo, como una reacción del cuerpo, que tiene a veces más memoria que nosotros y no olvida las caras largas de los mayores al mirar al nubarrón sintiendo peligrar el trabajo de todo el año.
Pero el vino da también muchas alegrías: a quien lo hace y a quien lo bebe. Un repaso a esas alegrías, por otra parte no carentes de nublaos, damos en este cuarto programa del podcast ¡Ay, campaneras! Sírvete una copita y relájate porque no hay mejor maridaje que el que forman vino y copla.
