En el último episodio de ¡Ay, campaneras! (12 Coser y cantar) hablaba de cómo los feminismos ha menudo han planteado resignificaciones de la vinculación de la costura a la opresión de la mujer y han cuestionado su consideración de «arte menor» como síntoma de un sistema que infravalora las labores «femeninas». Así lo han reflejado, por ejemplo, algunas obras artísticas. Comenzaba hablando de eso y continuaba hablando -qué novedad- de mi madre. Luego me he quedé pensando que ese orden no tiene nada de casual porque así fue exactamente como pasó en mi cabecica.
Me explico.
Yo caí en la potencialidad feminista de labores como la costura gracias al feminismo académico. Sí. Reconocí antes esa fuerza, me da casi vergüenza admitirlo, en «La Cena» de Judy Chicago que en lo que le había visto hacer a mi madre y a mis vecinas toda la vida. Hasta que no lo vi refrendado en un libro, hasta que no me lo sirvieron en bandeja desde las instituciones prestigiadas -museos, libros, universidad- ni se me pasó por la cabeza.
Y como yo tantas otras. No digo que no lo intuyéramos de alguna manera pero nos criaron con tanto ahínco en el «ser más que ellas» (dicho ahora da escalofríos), en centrarnos en «aprender y estudiar» de la única manera en que se suponía que se podía aprender y estudiar… Nos lo repitieron tanto que parecía imposible que precisamente ellas, a quienes teníamos que superar, tuviesen algo que enseñarnos. Me gusta mucho cuando Mar Gallego habla de «Feminismo Andaluz y otras prendas que tú no veías»: ¿Cómo lo íbamos a ver si nos habían enseñao a mirar a todas partes menos a ellas?
Creo que también nos culpamos un poco por esto, yo al menos lo hago aunque sé que no debiera. No puedo evitar sentirme mal por no haber sido capaz de valorarlas sin que un discurso prestigioso y acreditado, externo y ajeno, me lo pusiera delante de los ojos. Aunque agradezco que lo hiciera, claro. Y soy consciente de que tal vez no dista tanto de lo que yo hago o intento hacer ahora: porque soy hija de la aguja y el bastidor, sí, pero también ahijada del formato APA. En mi lugar de enunciación, siempre a media labor, están hilvanados lo uno con lo otro. Y a veces me tira de la sisa, no te voy a mentir.